ISMAEL
lunes, agosto 21, 2006
Se abrazó, fue lo primero que hizo, y lo hizo esta vez con la firme convicción de estar haciéndolo para siempre. Pasó primero uno de sus brazos, presionando con suavidad para así hacerse las cosas un poco menos dolorosas, y luego apuró el segundo, en claro gesto de agonía. Murmuró algo, y luego hizo silencio.
Pasaron un par de horas, él en la misma errática posición fetal, sorbiendo para sí jugos malévolos de ominosa tristeza, luego de lo cual abrió por fin sus ojos y los dirigió a la ventana de la habitación.
Una mujer espiaba y sus cabellos largos y negros le tapaban el rostro, mas no los ojos, que apuntaban a él, a su cuerpo.
¡Largo de aquí!, exclamaste, y luego un vaivén dibujado con uno de tus brazos enfatizó. La mujer pareció no prestarle ninguna clase de atención a la orden que proferiste, así que te pusiste de pie y, desnudo como estabas, asomaste por la puerta, abriéndola de par en par.
Hacía una hermosa mañana ese día. No canturreaban las golondrinas, el pasto mojado hacía de las suyas, el claroscuro vespertino se filtraba por las hojas de los árboles cejijuntos.
Desnudo como estabas, te apresuraste a acercártele. No pareció sorprenderle el que la envolvieras con tu pecho, tu sexo y tus entrañas.
La mujer lo saludó con una divertida reverencia, luego de lo cual bajó su mirada y la posó en su sexo semierguido.
¿Qué es lo que miras?, dijo el hombre, pasando los dedos sobre sus vellosidades marrones. ¿Esto, esto es lo que miras?, inquirió, y se rodeó su verga, apretándola con fuerza.
Una risa interrumpida por la hosca voz del padre de la mujer de los cabellos irrumpió en exteriores. Éste, hombre ciego pero no por ello idiota, ordenó a su hija entrar a la casa. Luego habló, dirigiéndose al hombre: Señor, créame usted que no ha sido ni será mi intención molestarle, y dicho esto, se apresuró a desenfundar su arma. Créame que no es intención mía, y sus labios se extendieron horizontalmente. Por un segundo, el viejo pareció examinar su sexo semitieso.
Bang, sonó entonces.
Una primera impresión en torno a esta clase de eventos se refiere a que la acción se ha desarrollado en un periodo cabalmente distinto al nuestro –una realidad es ahora indisoluble–, y por tanto resultará inimaginable una ocurrencia contraria. Es cierto: Pudiese haber sido de esta manera, y no cabrá nunca la duda de que así es como este relato de mínimas esperanzas fue considerado, pero hay ahora razones a las que debe hacérseles mayor caso. Estas son las brevemente descritas a continuación:
El padre y la hija son fantasmas o, si es preferible, las ilusiones del hombre, al que de ahora en adelante osaré llamar Ismael. Ismael, cejijunto y algo esmirriado, ha soñado lo mismo ya tres días seguidos: que él es un hombre que se abraza despacio y que luego Bang, lo del balazo.
He soñado lo mismo ya tres días seguidos, dice, para luego entrar a la ducha y canturrear algo para una audiencia invisible. Por lo que puede apreciarse, el personaje éste –Ismael, Ismaelillo– es un joven medularmente inofensivo que ha perdido la cabeza sin saberse en realidad cómo fue que la perdió. Ismael, de una nobleza y un carisma inapreciables, se ducha siempre a las 7, y no se pierde nunca un partido de fútbol por la tele. No va al estadio para no hacer alarde de esa capacidad increíble que tiene para gritar goles inexistentes. Ya van tres días que sueño lo mismo: lo del abrazo, lo del balazo, repite mientras enjabona sus pies, sus dedos, sus uñas. Entonces gira la llave de la ducha y el agua deja de correr sobre su cuerpo. Ah, maldita erección matutina, exclama, y su madre, al otro lado de la puerta, con el oído pegado, escuchándolo, dibuja cuatro veces la señal de la cruz sobre sí misma.
La casa en que Ismael vive consta de cuatro pisos. Él vive en el tercero, el primero es la sala, la cocina y un comedor amplísimo en donde varias veces se han celebrado cumpleaños, y el segundo es el cuarto de sus padres y el de sus tres hermanas. En el cuarto vive el perro, al que odia. El perro lo odia también.
Entretanto, en el segundo piso, su padre se echa una paja mirándose en el espejo del baño. También se ducha. Piensa en una de sus hijas, la mayor, para darse fuerzas, me vengo, me vengo, ay. También en el segundo se masturba su hermana mayor, y ella piensa en las dos que le siguen. Ay, ay, ay. Las dos hermanas restantes se besan debajo de la colcha de una, una piensa en la otra, y la otra piensa en el perro. El perro, echado sobre una alfombra vieja, se lame la verga rojiza, odiando a Ismael. Ismael no piensa en tocarse esa mañana, hace tres días que sueña que Bang, el balazo del viejo padre de esa mujer bonita.
Pero, ¿por qué aquello del abrazo?, se pregunta, secándose el cuerpo con cuidado. Su madre continúa oyendo al otro lado de la puerta, sólo que ahora ya no puede oír nada de lo que sucede adentro, y eso la enfurece. ¿Qué sucederá con mi hijo?, se dice a sí misma, ¿por qué ahora ya no oigo los ay, ay, ay de siempre? ¿Por qué no los me vengo, me vengo de siempre? ¿Le sucederá algo a su pistolita? Nada, no, no ocurre nada con su pistolita, aunque se mantiene tiesa como de costumbre. Nada, en fin. ¿Por qué el abrazo, qué significa?, vuelve a pensar.
Dos cosas, Ismael, lo del abrazo puede significar dos cosas: Uno, que ya basta de pajas, hombre, que las pajas son soledad, que las manos se cansan, que la rutina deshace al maestro, lo vuelve nada, que ya basta de pajas a fin de cuentas, Ismael, date cuenta, y date también un respiro. Sal a caminar, haz deporte, mete los goles que cantas y que no existen, a ver si es que la gente empieza por fin a creerte. Dos, que son las tres de la tarde en un universo paralelo. París, hagamos de cuenta que estás en París, y que una mujer te rodea con sus brazos y te dice, así, al oído, Te amo, Ismael, Te amo.
¿Comprendes? Su voz es suave, como de sirvienta puta, y a ti te revientan las sirvientas inocentes, Ismael, por lo que podemos concluir que ese abrazo debe de saberte como el cielo mismo. Entonces, un hombre se acerca y te da a degustar un vino que resulta exquisito para tu paladar machacado de tabaco. Aceptas, y lo largas con un ademán gracioso que te salió, por intensificar la redundancia, graciosísimo. Llevas una corbata celeste, que contrasta con los ojos que he dispuesto que lleves para esto, y mantienes tu verga semitiesa, envuelta en un calzoncillo blanco nuevo y bonito, sobre todo bonito, Ismael, tu madre sí que tiene buenos gustos, de seguro también se la corre pensando en ti, en tus calzoncillos. La mujer, parisiense y sensible, empieza a besar tus mejillas, pasa su lengua suavemente por ellas, y chupa luego uno de tus lóbulos y nuevamente Te amo, Te amo, Ismael, Te amo. Te grita como si te conociera de años, y es triste, es triste porque la acabo de poner recién en esto y ella ya se cree el cuento de que es personaje de relato y todo eso, ay, pobre mierda, mierda de vida la que llevan las ficciones. Es París, en un tiempo impreciso, y todo es bello. Ordenas dos copas, porque el camarero ha olvidado traerlas, ha dejado el vino y se ha marchado para corrérsela encima del pan redondito, ay, ay, ay, y enciendes un cigarrillo. Ordenas también que el Pink Floyd de Roger Waters haga improvisaciones mientras tú conversas con la mujer. Te amo, Ismael, TeamoTeamo, sigue la muy puta, olvidándose que soy yo quien le ha dado la vida, y que soy yo también quien puede quitársela. Pues bien, se la quito ahora, Ismael, porque nada me cuesta, y ahora estás nuevamente solo, Ismael, y las dos copas llegan a ti, a tus manos. Y es allí cuando te abrazas. ¿Lo ves?
La vida puede ser sutilmente ficcionada en un abrir y cerrar de ojos, Ismael. Como ahora, en que decido que el balazo ese te caiga de adeveras. Bang, suena, ¿lo oyes? Bang, y tu piel entonces se abre como un gran telón, tu cuerpo se parte en dos y la hija y el padre, observándote, dicen algunas cuantas cosas que no alcanzas a entender. Se abre tu piel como un telón rojo.
Y entonces tú abres los ojos. Hace un calor esperpéntico, como de acabada de terminada la lluvia, indagadadavida baby. Tus ojos se abren y notas que las sábanas están más pegadas a ti que de costumbre, por lo que decides mover tus brazos, abrir tus manos y tantear con tus dedos. Salteando un par de cositas, papel higiénico o demás, encuentras un raro tajo sobre tu piel. Descorres las sábanas y notas que empiezas a partirte en dos, y que a los pies de tu cama te sonríe la cabeza de un caballo.
Al otro lado de la puerta de tu habitación, tu mamá se pregunta por los gritos que echas. Pero nadie sabrá qué responderle, ni siquiera el puto de mierda y pajero de tu padre.
-Enero, 2004.
Escrito por Alberto Villar Campos @ 2:22 p. m.,