EN FICCIÓN

NADIE



Esta noche iré a ver a Ana para ver si ya está mejor de esa gripe que le da cada tanto, y a ver si esta vez, cuando la vea, me reciba con un beso, y entonces allí voy, y los carros que pasan por mis costados son como bestias azules, blancas y rojas, sobre todo rojas, cómo abundan los autos rojos esta ciudad tan infernal. Usted elige: o me patea o soy yo quien lo pateo, le había oído decir a un niño empotrado en una espesa barra de cemento casi negro, mientras aguardaba por la luz verde, y el amenazado miraba al otro con una varilla de metal en las manos que usaba, por ratos, para azotar a su pequeño perro, un cachorro tan feo y esmirriado que a duras apenas se le podía ver de reojo. ¿Seré yo o es que acaso esta mujer se enferma cada vez más seguido?, No hacía mucho le habían ascendido y ya casi ni tenía tiempo para verla, para estar a su lado como antes, Con esto del ascenso las cosas como que se han enfriado un poco, pensó, sorbiendo un poco del café frío que le había quedado de esa cafetería a la que entró al paso, y yo lo sé: sé que ella lo sabe y a veces, por teléfono, me da como no sé qué oírle los silencios, ella que se calla de pronto y yo que no puedo decirle más nada y entonces comienzo a contarle nuevamente las buenas nuevas de mi oficina, que resultan, cómo no, más aburridas y estresantes con la cantidad de veces que la menciono, Cómo no, Raúl, estás cada vez más metido en tus negocios y ni tiempo tienes para ella, ya ni te acuerdas como antes de los regalos, pero para qué voy a acordarme yo de eso si ahora soy un hombre importante, se disculpaba orgulloso mientras revisaba su barba por el espejo retrovisor, Tú eres importante, y el semáforo cambió a verde y él, exclamando, Pero qué es eso, y el horribilísimo perro pareció oírle pues su pescuezo giró 360 grados hacia él, los niños, en cambio, no lo hicieron, y el can quiso ladrarle algo pero las fuerzas, a estas alturas, escasean y bastante, entonces la imagen va de nuevo al hombre que, frente al volante, ha empalidecido y es ya incapaz de mover un pie o una mano, Pero qué han visto mis ojos, dice, mientras ve cómo el auto se aleja y los demás, en fila, lo siguen, y uno que otro le pasa por el lado y el chofer que le echa una mirada rabiosa, como diciendo hombre, y usted por qué sigue ahí frenado, imbécil, idiota y todas esas murmuraciones que uno siempre termina por entender así se las digan a muy bajito volumen, no obstante Raúl sigue allí, en posición de conductor de Fórmula Uno que espera la partida, Qué han visto mis ojos, se interroga ya por tercera vez y sus ojos, sin embargo, parecen no querer decirse nada el uno al otro, parecen como odiarse en estos momentos, En ese auto no iba nadie, su voz se perdía en el silencio del interior de su auto, es una locura, lo sé, se dijo, pero allí no había nadie, y de pronto arrancó, dejándome atrás y con muchos otros autos con gente que lo seguía sin darse cuenta, ese auto se fue ya y ahora dónde estará, no puede ser, dos gotas felinas se resbalaban por su rostro, era la emanación característica de la que supuso la mayor de sus tragedias, y aceleró, no supo por qué, pero aceleró, pisó a fondo esa placa insulsa y entonces el auto echó a andar, aunque justo cuando entraba al ámbar, y se oyeron, menos él, él no oyó nada con lo perdido que se encontraba, los chifles y cláxones de los carros y los buses e incluso de algún despistado que iba en bicicleta y anhelaba su oportunidad para odiar sin ser menospreciado, Debe haber seguido esta ruta, sus ojos eran ahora los de un enfermo mental, moviéndose de un lado a otro, como los de aquel que busca pero sin suerte y a quien le pasan los minutos pero sin realmente pasarle, como la más cruel ironía, y ni siquiera se percató de las luces azules y rojas que lo corretearon por un momento pero que, al parecer, no tuvieron más ganas de hacerlo, al rato fueron alejándose y luego no eran sino un punto de un solo color que no hacía ni deshacía, entonces suena su teléfono celular, aquella tonadita que odiaba pero que todos en su oficina celebraban pues era augurio de una buena noticia y más dinero para las arcas organizacionales, él entonces vio cómo su teléfono iba delirando a su lado, en el asiento del chofer, y él No, no contesto, ahora no estoy para nadie, sin pensar que tal vez podía ser Ana, por quien había cogido el auto y a quien amaba a pesar de todo, a pesar de las burlas de sus padres y de los de ella, a pesar de la magnitud y el significado del paso del tiempo, aún eso del ascenso le había tenido sin cuidado a la hora de meter la llave y poner primera, completamente decidido a ir por ella, No, ahora no estoy para nadie, se dijo enérgico y sí, era Ana, efectivamente, y ella tal vez estuviera a punto de pedirle a su chofer que la llevara a casa de su prometido, que sí, que sabía que era tarde pero no importaba, y entonces, ya el chofer resuelto a cumplir con un deseo más de la misteriosa pero bellísima niña Ana, ¿Pero cómo hacemos con sus padres, niña?, Por eso usted ni se preocupe que ellos ni se dan por enterados, había respondido ella, Está bien, señorita, y entonces Ana resolvió una extensa carcajada porque el chofer anda siempre y sin quererlo cambiándole las edades, Que niña, que señorita, que todas esas cosas juntas, dígame Ana, Regiberto, Ana a secas, No, niña, imposible, a mí me dijeron que tenía que tratarla como a una dama y eso hago, Ya ve, Regiberto, ahora soy una dama, vuelve a sonreír precioso y añade Usted siempre será un caballero, Regiberto, mi caballero preferido, ¿nos vamos?

La muerte de su padre no significó nada para él, o al menos eso creía hasta ahora, Esta noche que sin duda no era mi noche, y él sin querer había encendido la radio, sin prestar atención a la música, un acompañamiento inútil para una correría impensada. ¿Será ese?, se interrogó al ver a un carro muy parecido al otro doblar una esquina, Sí, ése debe ser, cambió a segunda y fue frenando de a pocos, ¿y qué tiene que ver mi padre en todo esto?, se dijo, incrédulo, pero ahí estaba su imagen taciturna de viejo perdedor, de zorro sin prisa que no busca pero encuentra, de ogro problemático sin más problemas que su propia vida miserable, ¿Qué haces tú aquí, ahora?, de repente ese carro tomó una larga autopista que él siempre había odiado porque lo hacía retrasarse al menos media hora: no una sino muchas veces se había visto obligado a tomarla porque Ana y su madre adoraban ver algunas casas que sólo podían apreciarse desde allí, unos enormes castillos forrados de mármol y a los que rodeaban crujientes árboles de películas de horror, con ese humo tan familiar y tosco que los niños de estas épocas acostumbran obviar, ya nada es lo de antes, claro, y Raúl entonces la cogió, Recuerdo a mi padre diciéndome que no vaya tan despacio, que me anime y ponga cuarta, que esta es una carretera y que es obligatorio ir más rápido, le había dicho el hombre, sin mirarlo, y él, insultado, había tenido que pasar el cambio y Cómo te odio, buen hombre, no sabes cuánto, y ni pienses que voy a extrañarte cuando te vayas. Ana, muy lejos de todo este embrollo, se veía por última vez en el espejo y pugnaba por tapar ese espantoso grano que le había salido justo en la mitad de su frente y que, para colmo, se le había pasmado y tardaría mucho en desaparecer, quizá tres semanas o a lo mejor un mes, el chofer no le había dicho nada porque a él le estaba completamente prohibido soltar cualquier otro comentario que no fuera un sí, señorita, sí, niña, adonde usted quiera, niña Ana, y sin embargo lo había notado y Ni a mi mujer ni a mis hijas les ha salido un grano tan grande como ése, ahora la veía con otros ojos, Será que está creciendo la niña, sí, debe ser eso. Nos vamos, le dijo entonces al viejo y de paso le echó una miradilla para ver si, quizá, sus ojos se dirigían sin quererlo a su frente, Ahí sí que me mato, no puede ser que este hombre tan triste sea capaz de ver lo fea que estoy esta noche, y lo peor es que con esta gripe yo no tenía ni ganas de moverme de aquí, no, no, es imposible, ¿Nos vamos, Regiberto? ¿Estamos listos?, y por dentro, ay, sí, sus ojos se alzaron y lo vieron, ahora sí que me mato, usted ya no es más mi caballero, Regiberto.

Qué hago, su culpa fue intensa, qué hago siguiendo a un auto al que creo endemoniado, ¿es que acaso soy un idiota?, pero él no era un idiota y lo sabía, algo dentro suyo lo obligaba a seguir el camino de ese auto que, ahora sí, reconocía por completo, había estado unos segundos muy cerca de él y logrado una posición exacta a la anterior, cuando ocurrió todo, Y sí, es ése, mi memoria no es buena pero juro que ése es, y sin embargo no había podido ver si interior, ni comprobar si se trataba o no de una jugarreta de su imaginación o si es que era algo más, Siempre me llamó la atención el terror pero ahora siento que estoy delirando en una de esas estúpidas películas en donde sé que tarde o temprano me clavarán un cuchillo por la espalda, aunque, ¿y si es una nueva forma de secuestro?, se interrogó, volviendo a poner los pies sobre la tierra por un instante, no hacía mucho había visto por la televisión cómo los ladrones tomaban cada vez ideas más ingeniosas para cometer sus crímenes, especialmente durante esta época, muy cercana ya a las fiestas de diciembre, y entonces Podría serlo, mucha gente sabe de mi ascenso y no es muy difícil seguir mis movimientos, el terror de estar yendo a ver su propio crimen lo carcomió de súbito, No, entonces lo mejor será coger la siguiente salida y enrumbar hacia donde Ana, se dijo muy calmado, mas fue imposible: ni el más oscuro de los planteamientos, como era ése, hubiera impedido que siguiera a ese auto que parecía guiado por las almas del purgatorio, Voy a llegar al fondo de esto y no me pregunten por qué, lo haré, y, mirándose a través del retrovisor que se había empañado, se dijo, me late que este el auto tendrá que detenerse muy pronto.

Su madre, años atrás, ve cómo su hijo se toca frente al televisor, ve cómo su pequeña cabecita se inclina hacia los lados y cómo su mano se mueve frenética de arribabajo, Pobre, mi niño está creciendo, pronto ya no querrá abrazarme, y mientras Raúl Sí, dale, con más fuerza, dale, no te canses que ya estoy casi a punto, casi, sí, sí, sí, síííííí… el chorro mínimo sale disparado hacia la alfombra, uno, dos, y entonces el niño exhala aliviado, Ahora sí que voy a dormir bien, se dice, y festeja su hombría en silencio sin ver a la madre persignándose y dejando la habitación. Yo solo iba a darle las buenas noches, le dijo a su marido, cerrando la puerta, No te inquietes, respondió éste, sin verla, Es parte del crecimiento, y ella entonces se puso a llorar y caminó hacia el baño, se encerró como hacía mucho no lo hacía, a llorar calladita para que él, sobre todo él, tuviera que acercarse a preguntarle algo, Qué te ocurre, oyó su voz ronca y hastiada, Nada, nada, respondía ella, Ya se me pasa, respiró aliviada porque su esposo correspondía a sus llamados inclementes de mujer adolorida, Ya, ya está, dijo el hombre, acariciando sus cabellos, mientras ella, reprochándole, Qué hicimos mal, dímelo, cuál fue nuestro error, y el hombre, ya un poco molesto, Nuestro error no ha sido ninguno, y no, no un poco molesto sino muy molesto, El niño tenía que empezar en algún momento, siguió, empero, y que no te sorprenda encontrar sus calzoncillos manchados de amarillo mañana por la mañana y la madre pensó para sí Felizmente no soy yo quien los lava, y ambos, luego, se fueron a dormir, ella con una pena enorme, él con un enorme dolor de cabeza.

Su madre, su padre, ¿por qué tenían ellos que venir justo en este momento? Aceleró y pasó a unos carros que parecían estar allí sólo para bloquearle el camino. Cuando los hubo perdido ya, frenó un poco. Si Ana me viera, Dios, qué diría, pero Ana no habría podido decir algo porque estaba igual o peor que él, sintiéndose morir mientras el chofer la atacaba con ese silencio ensordecedor, y ella sin poder verse al espejo para taparse aún más ese barro pasmado del tamaño de la luna, Raúl, ¿dónde estás?, ¿por qué no vienes?, ¿por qué no llamas?, se preguntaba constantemente desde aquello del ascenso, que le tenía ahora más ocupado que de costumbre, tantas horas que éste prefería darle a la empresa ahora y no a ella, y ella contentándose con llamaditas esporádicas de medio minuto en el que él no decía nada y ella menos, Para qué decirle algo si sé que no va a escucharme, si cuando la última vez le pedí que por favor me trajera pastel de manzana no lo hizo, y, peor aún, me hizo tremenda escena, repitiéndome hasta el cansancio que era ahora él un hombre importante y que tarde o temprano sus negocios nos servirían a ambos y yo juro que no quiero que nos sirvan un carajo, Raúl, poco me importa que tus negocios se vayan al tacho o lleguen a las nubes, si eres presidente u otra cosa, y sin embargo no puedo odiarte y no sé por qué me es imposible hacerlo, mi madre te ha defendido tantas veces que ya empiezo a preguntarme si es a ti y no a mí a quien en realidad quiere, el chofer dobla una esquina y le dice a la niña ¿No quiere que paremos un momento en esta pastelería, señorita?, pero ella No, Regiberto, hoy no tengo ganas, tal vez otro día, mañana quizá, eso, avíseme mañana y luego, para sí, Pobre hombre, debe ver la cara de susto que llevo y no sabrá qué hacer para contentarme y es allí, mientras ella pone los ojos blancos y piensa como nunca en Raúl, que Raúl pasa cerquísima del auto aquel, e intenta ver nuevamente lo que hay dentro pero no lo logra y Mierda, mierda, mierda, ¿cuándo mierda acabará esto?

¿Lo ves?, Sí, lo veo, Acércate un poco más, por favor, Mi amor, es imposible, si me acerco un poco más lo choco, No te creo, acércate un poquitito para verlo, Está bien, mi vida, voy a tratar, Así, ¿ves?, ahora estamos más cerca, ¿has visto la cara que trae?, Sí, mi amor, tiene una cara de irse a matar, ¿Crees que debamos llamar a la policía?, Tal vez, aunque lo mejor es no interferir en los designios que cada uno se prepara, ¿Qué has dicho?, Nada, preciosa, que lo preferible es que no nos metamos en los asuntos de otras personas, Pero mira su rostro, sus ojos, ese hombre parece que va a matarse, Si lo quisiera hacer, vida mía, aceleraría cuanto pudiera y se estrellaría contra lo primero que viera, ¿Lo crees así?, Lo creo, amor, Oh, está bien, te creo, pero no te alejes, déjame verlo un poco más, Amor, creo que estoy cansándome un poco de esto, además, ¿cuál es el afán de verlo tanto?, ¿Crees acaso que me gusta?, No, mi vida, pero es que, ¿Es que qué?, Nada, preciosa, ¿Cómo que nada?, tú crees que a mí ese hombre me gusta, No, amor, no lo creo, sólo que, Sólo que qué, por qué me hablas así, ¿Cómo estoy hablándote?, Así, con esa voz media alzada, te conozco, sé lo que estás pensando, estás pensando sí, de poder, esta perra inútil se lanzaría al otro carro y no sólo salvaría al hombre sino que se iría con él y lo cuidaría, esta perra me dejaría en un dos por tres por este tipo suicida a quien, de haber podido, no hubiera mencionado en esta conversación, Qué dices, qué hablas, Lo que oíste, malnacido, eso es lo que exactamente piensas, No entiendo por qué tienes que insultarme y, para dentro, ¡maldita puta!, eso es lo que estaba pensando, leíste mi mente, debería darte un premio, y sabe que dentro de unos segundos, cuando él haga ese silencio que tanto la perturba, ella volverá a sus brazos, como la mascota más tierna de este mundo, pidiendo clemencia, y él se la dará, claro, porque su amor es extenso y sus ganas de matarla se desvanecen en un instante, Está bien, finaliza él para sus adentros, ahora me callo y a esperar… ¿estás lista?

La noche lo contempla yendo descabellado a quién sabe dónde. Ahora el carro ha girado hacia la izquierda y él ha girado también, ¿sabrá alguien cuándo parará esto?, sus sombras se desdibujan mientras atraviesan las calles y nadie sabe de esta historia, ellos recorren la ciudad por sus calles más inútiles, sin ser realmente dueños de nada, inclusive su propia historia deja de tener importancia ahora, inclusive ahora ambos carros parecen ir en direcciones contrarias. El auto fantasma, como ha querido llamarlo Raúl por su terrible fascinación por las historias de horror y desgracias, baja ahora la velocidad, Estamos llegando, piensa entonces, pero no es así en absoluto. El chofer se detiene y Ana busca dentro de su cartera, por entre los papeles y los perfumes, el teléfono, Ahora, por favor, contéstame, amor, te lo pido, o creeré que esta noche se ha convertido, no lo quiera Dios, en la desgracia que tanto temía y por la que, quizá, he enfermado, busca su número en la agenda y espera. Otra vez nada, Siga andando, Regiberto, no se detenga, por favor, y si puede, vaya incluso más rápido, tome otras vías, necesito llegar cuanto antes a la casa de mi prometido, y el chofer, que tanto ha sufrido ya a estas alturas, Yo no sabía que íbamos a casa del señor Raúl, niña, Oh, perdóneme, olvidé decirle adónde íbamos y luego, devolviendo la máquina al bolso, No se preocupe, Regiberto, sólo vaya por este camino y al llegar a la próxima esquina voltee a la derecha, yo le indicaré…

Ahora sí que ya estamos solos, dijo, alzando la voz y nadie lo oía y tal vez ni siquiera él se oía a sí mismo a estas alturas tan desniveladas, la calle a la que hubieron entrado era solitaria y muy oscura, los faroles de luces naranjas se descubrían toscos y malogrados, uno o dos carros, tres a lo mucho, la hacían lucir como esas películas viejas en donde no pasa nada sino hasta el final de la misma y así, como ellas, estaba él ahora, él era una película en donde nada pasa hasta el final, sólo que quién puede decir si este final será importante, si ese carro en verdad no lo conduce alguien, de espaldas a la vida ahora, intentaba ver si la cabeza de alguien se asomaba por encima del asiento pero no importaba mucho porque un niño también podría estar conduciendo con maestría ese auto, O un enano o un perro o el fantasma de alguno de los tres, no sabía por qué pero no se atrevía a aumentar la velocidad para descorrer finalmente el velo ese que lo había convertido a él en una tragedia medieval escrita cuatro siglos después, la duda, para muchos, es un camino diseccionado y la verdad, como es lógico, es el resultado de un trabajo muy de cirujano. Pero, ¿por qué mis padres y no Ana? Tal vez eso signifique algo, aunque no sé si signifique algo realmente y ya realmente no quiero pensar en eso o en algo, sin embargo cada vez se le hacía más difícil obviar el intrigante símbolo de su familia y, sobre todo, aquel de la muerte que tanto le petrificaba. ¿O será mi trabajo, mi ascenso?, reflexionó de pronto, y se le hizo un nudo en la garganta porque él había dicho siempre que, nunca, aquello interferiría en su búsqueda de la felicidad, Pero lo ha hecho, sí, y la he jodido como nunca con Ana, ¿será posible que comprendas algún día mi error, vida mía?, Ana aparecía entonces como un fantasma adolorido sin prisa y al que habría que excusarle los errores sin realmente hacerlo, Ana, ya ni sé adónde voy, sollozó al fin y sus palabras sonaron incluso más trágicas en esa burbuja de sometimiento en que se hallaba, mientras su cabeza parecía caer hasta el infierno, sobrepasando las calientes estructuras del automóvil que, de haber podido hacerlo, hubiera estrellado en aquel preciso instante contra cualquier objeto, un perro o contra el viento de ser posible, y entonces el auto ese se detuvo sin que él tuviera tiempo de verlo porque, para cuando éste ya hubo alcanzado un ángulo imposible de visión, Raúl se alejaba ya sin quererlo y estaba ya muy lejos, alzando la cara de nuevo, sólo que esta vez con lágrimas sobre sus pálidas mejillas y ¿en dónde me encuentro?, ¿Ana?, el teléfono, dónde está el teléfono…

Pero Ana ya no contestaría porque

Escrito por Alberto Villar Campos @ 4:25 p. m.,

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    Lima, Peru
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