EN FICCIÓN

RIBEYRO


En apenas dos días, con inusual desesperación y tristeza, termino de leer el segundo tomo de los diarios personales de Julio Ramón Ribeyro. Sobre todo, me impresionan las imágenes en las que la decadencia produce en el escritor una extraña pero familiar sabiduría.

Transcribo algunos pasajes sacados aleatoriamente del libro, de por demás imprescindible lectura.

“Para qué andar tan de prisa si en la esquina menos pensada nos encontramos con la luz roja, gracias a la cual todos aquellos que sobrepasamos nos alcanzarán” (pág. 51).

“No era seco ni frío sino avaro de su afección. Podía ser educado y cordial, pero se notaba que algo había en él que no se transmitía, que era celosamente conservado y que no daba sino en forma excepcional cuando encontraba un objeto digno de merecerlo. La gente no sabía que él guardaba su afección para sí mismo, que al otorgarla sentía empobrecerse, porque la necesitaba de verdad para sí pues, si la prodigase, hubiera terminado por odiarse y volarse el cráneo de un tiro. (¿Autorretrato?)” (pág. 162).

“¡Cómo hacer Dios mío para quererme un poco más y no seguir empleando toda mi vehemencia y mi talento en destruirme” (pág. 173).

9 de abril.
Bach y vino en este tristísimo domingo, agobiado por mi gran cuarto, su comodidad sin uso, mi soledad. Todo había sido amorosamente preparado, en este hotel de la rue de la Harpe, para recibir a Mimí. Ayer, en la Gare du Nord, desgarramientos sucesivos ante la llegada de los trenes de Bruselas, que solo depositaban cadáveres en el andén. Sufro ahora, pero con lucidez, como en Mortsel hace cuatro años, por la misma mujer. Espero recibir mañana carta explicatorio. De lo contrario, creo que tomaré la gran decisión” (pág. 21).

Abril.
Mala mañana, en la cual toda música me parece angustiosa. Pero prefiero su compañía al silencio. Tranquilidad de sábado santo. Esperando a Chariarse, Eielson y Sologuren, que vendrán a almorzar. Tres poetas en una sola bandeja. Y yo al borde de ella, con tantas ganas de quedarme callado” (pág. 170).

“Tengo una gran desconfianza por los hombres que no fuman ni prueban un vaso de alcohol. Deben ser terriblemente viciosos” (pág. 85).

16 de octubre.
Miles de hojas en blanco esperan desde hace meses en los cajones de mi escritorio Regencia ese resplandor, ese golpe de azar, ese desgarramiento, no sé cómo llamarlo, ese impulso espiritual, que me permita comenzar el libro largo que anhelo escribir y del cual no sé aún nada, en el mundo de brumas, de esterilidad y de cansancio en el que vivo desde comienzos de año, libro que probablemente nunca escribiré. Como le decía ayer a Bryce, escribir es como tejer; es necesario saber en qué “punto2 se hará la obra: una vez elegido el punto la obra sale sola. No sé si en latín o en qué otra lengua que ignoro se utiliza el mismo verbo para el acto de escribir y de tejer. Pero aparte del punto, como me di cuenta luego, es necesario conocer de antemano el molde: saber si uno quiere tejer un calcetín o una bata. Todo esto es más complejo de lo que uno cree. Y como no tengo ni el punto ni el molde, las hojas, mis tantas hojas inmaculadas, se van llenando de fragmentos como este, que se yuxtaponen para formar lo inorgánico, lo discontinuo, la negación de lo que quiero hacer, en suma, el testimonio de la no obra, de la sequedad y la pequeñez” (pág. 189).

Escrito por Alberto Villar Campos @ 9:39 a. m.,

2 Comentarios:

At 2:26 p. m., Blogger Oso Naranja dijo...

Quise cotejar tus citas con mi edición para recrear el contexto; no coinciden (estoy leyendo la edición de Seix Barral de 2003). En todo caso, comparto tu emoción. Un inmenso diario.

 
At 9:51 a. m., Blogger Alberto Villar Campos dijo...

Deben ser distintas. Yo leí el diario en la edición de Campodónico, una casa que trata muy buen a los autores que publica. La esencia, ¿no? Imposible no ver al mismo Ribeyro. Un abrazo-

 

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    Alberto Villar Campos
    Lima, Peru
    "Y de pronto apareció por ahí ese maldito iceberg llamado Poesía o Literatura o Aburrimiento o lo que fuera con la única condición precisa de no devenir en Aburrimiento ni por un instante…". (Pablo Guevarra)
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